Están las derechas, y están las izquierdas. El capitalismo, por un lado, y el menos exitoso pero todavía vigente comunismo, por otro. Está el machismo, que está en horas bajas, y al otro lado el feminismo, con un poder mediático creciente. Unos son partidarios de una Europa unida, otros discurren que fuera preferible una fragmentada. Política, sociedad, sexualidad, ecología… Parece que, absolutamente nada relativo a la vida humana, escapa al singular movimiento pendular de las ideologías contrapuestas.
Ahora bien, ¿alguna vez nos hemos parado a pensar, no sobre la ideología de unos y otros, sino sobre la propia naturaleza de las ideologías? ¿Por qué seguimos fervientemente un sistema de ideas, y descartamos o rechazamos otros? La ciencia y la psicología moderna nos demuestran, reiteradamente, que la realidad siempre abarca infinitamente más de lo que podemos encajonar en un grupo de ideas cuidadosamente seleccionadas para reforzar nuestros planteamientos.
Una anécdota atribuida a Platón nos habla de que este, paseando un día por la playa, vio al también filósofo Diógenes el cínico, el cual estaba llenando, reiteradamente, un vaso de agua del mar y depositando su contenido en la arena. Cuando le vio, conocedor de su fama de personaje extraño y heterogéneo, Platón se dirigió a Diógenes, preguntándole cuál era la finalidad de tan singular tarea.
Diógenes le respondió que tenía la intención de vaciar el mar de agua. Naturalmente, Platón vio confirmada su sospecha: se trataba de una bendita más del mal llamado filósofo. Y le respondió condescendientemente sobre la imposible magnitud de su presunción. “Pero si tú intentas encapsular la realidad en unas cuantas ideas y teorías… ¿Qué debes decirme a mí?“, explican que fue la respuesta del cínico.
Y en una línea similar, Anthony de Mello nos cuenta, en una de sus inefables y extraordinarias recopilaciones de relatos, la siguiente historia: El Maestro no era ajeno, ciertamente, a todo lo que ocurría en el mundo. Cuando le pidieron que contara uno de sus aforismos preferidos, “No hay nada bueno ni malo; es el pensamiento lo que lo determina”, y acto seguido dijo: “No habéis observado que lo que la gente dice “congestión” en un tren, ¿se convierte en “ambiente” en una discoteca?”.
Y para ilustrar el mismo aforismo explicó un día lo pequeño que había oído a su padre, un famoso político, criticar severamente a un miembro de su partido que se había pasado al partido contrario.
– Pero, padre, si el otro día no hacías más que elogiar a un hombre que había dejado el partido contrario para pasarse a tu…
– Verás, hijo, debes aprender lo antes posible, esta importantísima verdad: los que se pasan al otro partido son traidores; los que se pasan a lo nuestro, son conversos. ¿Cómo es posible que Laia tenga la misma cantidad y solidez de argumentos que Martí, si piensan de manera totalmente opuesta? ¿Cómo es posible que cada uno esté tan y tan convencido de que sus datos son los fiables, y que los de su interlocutor no son más que un saco de falacias, demagogia de bajo perfil y tergiversaciones de la verdad?
El Kena Upanishad , un antiguo texto de la India, dice que la sabiduría comienza cuando uno deja de mirar lo que piensa la mente, y empieza a fijarlo en lo que hace que la mente piense. Pensemos en ello, por favor, pensemos en ello. Que desde Aristóteles hasta Einstein, una luz intermitente a lo largo de la historia nos sigue recordando que lo de la perspectiva, el equilibrio y el punto medio, es necesario considerarlo con calma y paciencia, antes de entregarnos irreflexivamente y enervadamente a la primera ideología que complazca nuestras tendencias y nuestros sentidos.
📎 Gallifa, G. [Guillem]. (2024, 30 octubre). Defender una idea. PsicoPop. https://www.psicopop.top/es/defender-una-idea/
📖 Referencias: