En 2013, en la serie Black Mirror, ya se anticipó el concepto de resurrección digital en el capítulo Vuelvo enseguida. La protagonista utilizaba un software basado en la IA para generar nuevas conversaciones con su novio, fallecido en un accidente de tráfico. Hoy ya es una realidad, y se ha convertido en uno de los grandes debates que giran en torno a la comunidad científica y tecnológica.
Este fenómeno se refiere a la posibilidad de revivir personas fallecidas a través de la tecnología, ya sea para poder intercambiar mensajes de WhatsApp con familiares o amigos muertos, ver imágenes de ellos e interactuar de diferentes maneras.
James Vlahos ha convertido a su padre muerto en un “chatbot” con el que habla a menudo. Pero empresas chinas y coreanas han desarrollado avatares basados en personas fallecidas para que ofrezcan consuelo a sus seres queridos, perfilándolo como un negocio del más allá. Cabe decir que quizás más vale fiarse de ciertos muertos más que de algunos vivos.
Tim O’Brien, responsable de ética de Microsoft, dijo que no continuarían con la patente de software conversacional que simulaba charlas con difuntos porque era demasiado “perturbador” , pero eso no ha impedido que otros lo hagan: el joven ruso Roman Mazurenko devolvió a la vida a su mejor amiga de 32 años después de que esta hubiera muerto de forma repentina, ahora eternalizada en la AppStore.
Para ello recopiló todos los mensajes que había intercambiado con ella y otros amigos que tenían en común , y diseñó un programa que reproduce los patrones del discurso de la muerta.
Una persona muerta no tiene derecho a la privacidad. Ajo, agua y resi(g)na*.
¿Quién tiene la potestad de revivir digitalmente a una persona sin que esta pueda expresar realmente su consentimiento de ser resucitada? ¿Quién quisiera exponerse al duelo doloroso que debemos pasar las personas cuando sufrimos la muerte de un ser querido, si tenemos la posibilidad de evitar este peaje tomando el atajo de la resurrección digital?
La muerte es una parte natural de la vida, y el duelo un proceso necesario para aceptar la pérdida : intentar mantener una conexión con los muertos a través de la resurrección digital, ¿no estamos interfiriendo en este proceso vital? ¿Podría impedirnos avanzar y encontrar la paz en la aceptación de la pérdida?
Investigadores de los Países Bajos están enseñando a robots a detectar la ironía ya descifrar qué significan señales como una ceja levantada, el énfasis de una sílaba alargada o una cara agria : esta base de datos la han bautizado como MUStARD (mostaza) y la llenan con series de televisión y comedias, del tipo Friends.
Lola Flores fue pionera hasta volver a la televisión 26 años después de su entierro, gracias a un deepfake, un vídeo modificado con inteligencia artificial, en el que anuncia una cerveza.
El caso de La Faraona no es el primero ni será el último: hemos podido ver suplantada la voz de Joe Biden en la campaña presidencial o la de Elon Musk para vender bitcoins.
Con esta práctica existe un riesgo importante: crear falsos recuerdos.
¿Qué es “ser”? ¿Cuándo recreamos la voz o la imagen de alguien que ha muerto estamos extendiendo su existencia, de alguna manera, o simplemente creamos una sombra sin sustancia? Evidentemente, la esencia del ser humano es algo más que un conjunto de respuestas programadas o de una imagen proyectada, y la experiencia vivida, las emociones, los pensamientos… Todo parece inalcanzable por la simulación digital.
¿La resurrección digital podría considerarse, tal vez, como un intento de preservar la memoria, de mantener viva la presencia de quienes hemos perdido, pero es ético aferrarse a una representación artificial en lugar de dejar que la memoria evolucione y se transforme con el tiempo?
La memoria no es estática: es selectiva, cambia y se adapta . Cuando creamos digitalmente a una persona, ¿corremos el riesgo de alterar las memorias auténticas que disponemos de ella? Además, con el tiempo, la memoria humana va evolucionando y los recuerdos suceden unos a otros, atendiendo a todo tipo de atributos que pueden alterarlos por diversos motivos. Es precisamente el comportamiento natural de la memoria uno de los motivos que ha provocado que haya estallado un debate ético que versa en torno al impacto que la recreación de personas fallecidas puede llegar a tener en nuestros recuerdos.
Desconocemos si nuestra memoria podría considerar los recuerdos, tanto reales como generados a través de la IA, bajo la misma etiqueta o si estarían diferenciados.
Los recuerdos no son una serie de representaciones que se enlazan una detrás de otra: los sentimientos, por ejemplo, que experimentamos cuando compartimos momentos con una persona, las emociones que afloran cuando interactuamos o disfrutar experiencias en común , así como las conversaciones espontáneas que dan lugar a recuerdos que perduran “para siempre”.
Exponernos a un bote que se hace pasar por una persona muerta al que, incluso, podemos videollamar puede comprometer la integridad de estos recuerdos y que queden sustituidos por experiencias digitales que, si bien podrían estar muy bien hechas, no s deberían aproximar a los sentimientos que se desprenden de la misma interacción humana.
Y sí, hemos hablado de recuerdos y de imagen, pero… ¿Qué ocurre cuando tengamos que definir la personalidad de la persona muerta? ¿Y cómo personas humanas que somos, definiremos a la amistad o al familiar desde un punto de vista 100% objetivo o, tal vez de forma inconsciente, remarcaremos sus aspectos más positivos e intentar reducir o eliminar aquellos que confrontaban con el nuestro carácter? Cuando intentamos recrear a alguien, ¿podemos capturar su identidad o simplemente creamos una versión idealizada, una que se ajusta a nuestras propias expectativas y deseos?
El diario chino Global Times asegura que la resurrección digital se está convirtiendo en una industria creciente en el gigante asiático, donde un número creciente de ciudadanos chinos intenta convertir en dobles digitales a sus familiares fallecidos . Se calcula que el mercado de los “humanos digitales” supere los seis mil millones de dólares en 2025.
Zhang Zewei, fundador de la compañía de inteligencia artificial Super Brain, ha revelado que ya han completado más de mil pedidos de “resurrección” . Si bien esta tecnología podría ayudarle a transitar mejor la pérdida a ciertas personas, también puede traer enormes problemas ocultos.
Por último, en el fondo de todo ello encontramos una paradoja profunda y perturbadora: la tecnología intenta acercarnos con quienes hemos perdido, y nos confronta con la ineludible realidad de su ausencia, lo que nos lleva a cuestionar no solo la naturaleza de la existencia, sino también la esencia de lo que significa ser humano. La tecnología intenta suplir una carencia, llenar un vacío, y resaltan nuestro deseo de aferrarnos a lo que hemos perdido, ya nuestra dificultad para hacer frente y procesar el duelo de la muerte.
La resurrección cristiana es más sencilla y justa, porque es un don de quien, por haber pensado, creado y amado el universo, está en condiciones de entregarlo a la humanidad, basándose en un amor sin límites, como lo atestigua Jesucristo en el sacrificio de la Cruz, en lugar de un algoritmo neuronal y cuántico.
De momento, un trago de aire: la IA nunca igualará la chispa de la mente humana mientras no domine el arte del sarcasmo, imprescindible para transitar por estos senderos del Señor. Abrazamos una representación imperfecta y digitalizada que, si bien reconfortando en cierto modo, ¿podría no hacer justicia a la verdadera esencia del ser querido?
(*) Ajo, agua y resi(g)na: “a joderse”, “a aguantarse” y “resignación”.
📎 Urrutia, M. [Maurici]. (2024, 24 agosto). La resurrección digital. PsicoPop. https://www.psicopop.top/es/la-resurreccion-digital/
📖 Referencias: